Para Gael, mi primer y lindo sobrino.
Erase una vez un sapo que vivía solo. El pobre sapito era turgente y áspero, ¡nadie le quería! Su apariencia no era la mejor para andar por ahí porque él sabía que, a la larga, su imagen para las sapas era un desatino total. Él solito vivía en su charca con sólo un deseo, ver las estrellas y pensar que podría estar acompañado por una sapa. Pero las sapas lo veían raro porque él veía las estrellas en las noches y no croaba al atardecer... ¡Todos los sapos del estanque mayor lo hacían! Croaban y coraban hasta el atardecer...
-¿A quién croarle?- Decía el sapo montado en una hoja del loto. -Prefiero ver las estrellas.- Se decía mientras daba un gran suspiro. El sapo sabía que ver las estrellas no lo consolaba. Eran bellas brillantes y maravillosas... ¡Lo hacían soñar! Pero le llenaba de mal humor la soledad. Escapaba de los otros sapos que se mofaban de él y rehuía de las sapas que le miraban con extrañeza.
-¡Vaya sapo tan raro y molesto!- Decían los sapos del estanque. - ¡No quiere ni croar ni nada!-
Pero el sapito solitario nada decía. Se resignaba a saltar de hoja en hoja y a mirar las estrellas. Ante las críticas, se hacía el sordo y se pasaba de rama en rama saltando... Él sólo quería ver las estrellas y soñar con tocarlas...
Pero, de repente, el sapito la vio. Era una ranita de agua dulce de piel brillante y azul cielo con pequitas, ¡jamás había visto una rana y menos de ese color!. Ella saltaba de aquí para allá sin ton ni son y los otros sapos caían profundamente enamorados de ella. Nuestro sapito que miraba las estrellas, tampoco fue la excepción. Pero, al ver lo rodeada que estaba la sapita de piel brillante de otros sapos, desistió de verla.
-¿A quién croarle?- Decía el sapo montado en una hoja del loto. -Prefiero ver las estrellas.- Se decía mientras daba un gran suspiro. El sapo sabía que ver las estrellas no lo consolaba. Eran bellas brillantes y maravillosas... ¡Lo hacían soñar! Pero le llenaba de mal humor la soledad. Escapaba de los otros sapos que se mofaban de él y rehuía de las sapas que le miraban con extrañeza.
-¡Vaya sapo tan raro y molesto!- Decían los sapos del estanque. - ¡No quiere ni croar ni nada!-
Pero el sapito solitario nada decía. Se resignaba a saltar de hoja en hoja y a mirar las estrellas. Ante las críticas, se hacía el sordo y se pasaba de rama en rama saltando... Él sólo quería ver las estrellas y soñar con tocarlas...
Pero, de repente, el sapito la vio. Era una ranita de agua dulce de piel brillante y azul cielo con pequitas, ¡jamás había visto una rana y menos de ese color!. Ella saltaba de aquí para allá sin ton ni son y los otros sapos caían profundamente enamorados de ella. Nuestro sapito que miraba las estrellas, tampoco fue la excepción. Pero, al ver lo rodeada que estaba la sapita de piel brillante de otros sapos, desistió de verla.
-¿Quién es ese sapo que no croa y ve las estrellas?- Pregunto la linda ranita que atraía a los otros sapitos.
-¡Nah! Tan sólo es nuestro sapo loco. Creemos que lo dejaron beber petroleo cuando fue renacuajo o quizás el veneno de su madre sapa lo atontó cuando lo crió.
Todos rieron en masa, incluso la ranita de azul cielo rio a carcajadas. El sapito se dio cuenta de que se reían de él y no le importó. Él seguía mirando las estrellas.
Pasaron los días y las noches y los sapitos hacían lo mismo: croaban y croaban hasta el amanecer, mientras el sapito que miraba las estrellas, se deslumbraba con su brillo y sus colores. Todos seguían burlándose de él hasta que, un día, así sin más, el cielo se cubrió de nubes oscuras. Gotas grandes empezaron a caer del cielo y las estrellas no se veían más. El sapito que gustaba de ver las estrellas se entristeció mucho, pero tuvo una corazonada... de esas corazonadas que achican el corazón... y tuvo miedo. Él sabía que la lluvia traía peligros insospechados y que a los otros sapos no les importaba... peligros que en la oscuridad nadie podría ver ni escuchar.
Así que, entre los arbustos oscuros, el sapito amante de las estrellas vio una hermosa tigrilla que se agazapaba entre los árboles. Tenía ojos grandes y brillantes. Su piel era suave como la seda y repleta de manchas ocre con negro. El sapito vio como sus ojos negros refulgían en la oscuridad y grito:
- ¡Cuidado, cuidado!- Pero nadie lo escuchó. Saltando y saltando, se aproximó al grupo de sapos que croaban.
-¡Escúchenme sapos! ¡Hay algo en los arbustos!- Decía agitado el sapito que gustaba de las estrellas, pero los sapos sólo se rieron de él.
-¡Ja ja ja! ¿Hoy que no ves las estrellas nos molestas? ¡Vete a saltar a otra parte!-
-¡Sí!, ¡Vete de aquí sapo loco!-
-Esta bien, pero antes, ¡miren esas estrellas detrás de los arbustos!- Dijo nuestro sapito.
Al mirar, todos palidecieron. Sabían que las estrellas sólo podían estar en el cielo y que esas no eran estrellas, ¡era algo más! Ahora, todos dirigieron la mirada hacia la ranita de color azul que, por su color, debía ser venenosa.
-Vamos ranita, ¡defiéndenos! Tu eres la única venenosa de nosotros- Dijeron todos los sapos en coro.
-Es que....es que... miren, eh... es que.... no puedo....¡no puedo!- Se lamentaba la ranita con lagrimas en los ojos. -Es que mi color sólo asusta, es sólo para mostrar... ¡nada más!- Dijo la ranita con pena.
-¡Eres una farsante!- Croaron los sapos en coro- ¡Farsante, farsante, farsante!-
-¡Alto!... ya basta... - grito el sapito que gustaba de ver el cielo.- Tenemos problemas más urgentes que atender.-
-Ve tú, sapito, ¡ve tú!- Gritaban todos los cobardes sapos que se escondían en el estanque y detrás de las hojas de loto.
El sapito que gustaba de las estrellas, al verse solo, suspiró resignado y, con temor, se aproximó saltando hacia esos ojos penetrantes que brillaban.
Al llegar cerca, el sapito vio a la tigrilla agazapada que se escampaba en las hojas grande de un árbol.
-¡Hola!- dijo el sapito- eh...por favor, no me comas... no soy muy grande y no creo que sea de tu gusto al paladar.-
- ¡Hola sapito! Yo te conozco...eres el que mira las estrellas todas las noches, ¿eh?- Dijo la tigrilla algo esperanzada.- Yo siempre te veo desde aquí. Siempre cruzo este estanque y este árbol cuando voy a cazar, pero hoy no pude atrapar algo porque llueve...¡y odio la lluvia!... Pero me gusta verte mirar las estrellas porque me haces levantar la cabeza... siempre me preguntaba que veías...- Dijo la tigrilla sacudiéndose ligeramente la lluvia.
- ¡Oh! No sabía que alguien me veía- dijo el sapito sorprendido- ¿Cómo te llamas tigrilla? Yo me llamo Lucho...-
- Yo me llamo Vicky... es un gusto conocerte y, por cierto, no te preocupes, no te voy a comer. No me gustan las ancas de rana y eres muy pequeño para comerte.
- ¡Qué alivio! Ufff... ¿y has mirado las estrellas? ¿qué ves en ellas?-
- A veces las veo muy brillantes, otras veces las veo pasar fugaces, otras veces imagino formas en ellas... ¡y me encanta contarlas!-
-¡Qué bien! Yo las miro y siempre me pregunto por qué alumbran- Dijo lucho muy animado.
- ¡Yo también me lo he preguntado!- Dijo la tigrilla sorprendida y animada.
¡Así fue que se hicieron amigos! Lucho y Vicky se les ve caminar en la selva, cerca al estanque, siempre preguntándose por el cielo, la selva, la lluvia y, como siempre, por las estrellas. Los otros sapos los ven temerosos, pero Lucho y Vicky saben que no importa lo que digan, lo que cuenta es su gran amistad y la gran simpatía del uno por el otro.
¡Fin!
-¡Nah! Tan sólo es nuestro sapo loco. Creemos que lo dejaron beber petroleo cuando fue renacuajo o quizás el veneno de su madre sapa lo atontó cuando lo crió.
Todos rieron en masa, incluso la ranita de azul cielo rio a carcajadas. El sapito se dio cuenta de que se reían de él y no le importó. Él seguía mirando las estrellas.
Pasaron los días y las noches y los sapitos hacían lo mismo: croaban y croaban hasta el amanecer, mientras el sapito que miraba las estrellas, se deslumbraba con su brillo y sus colores. Todos seguían burlándose de él hasta que, un día, así sin más, el cielo se cubrió de nubes oscuras. Gotas grandes empezaron a caer del cielo y las estrellas no se veían más. El sapito que gustaba de ver las estrellas se entristeció mucho, pero tuvo una corazonada... de esas corazonadas que achican el corazón... y tuvo miedo. Él sabía que la lluvia traía peligros insospechados y que a los otros sapos no les importaba... peligros que en la oscuridad nadie podría ver ni escuchar.
Así que, entre los arbustos oscuros, el sapito amante de las estrellas vio una hermosa tigrilla que se agazapaba entre los árboles. Tenía ojos grandes y brillantes. Su piel era suave como la seda y repleta de manchas ocre con negro. El sapito vio como sus ojos negros refulgían en la oscuridad y grito:
- ¡Cuidado, cuidado!- Pero nadie lo escuchó. Saltando y saltando, se aproximó al grupo de sapos que croaban.
-¡Escúchenme sapos! ¡Hay algo en los arbustos!- Decía agitado el sapito que gustaba de las estrellas, pero los sapos sólo se rieron de él.
-¡Ja ja ja! ¿Hoy que no ves las estrellas nos molestas? ¡Vete a saltar a otra parte!-
-¡Sí!, ¡Vete de aquí sapo loco!-
-Esta bien, pero antes, ¡miren esas estrellas detrás de los arbustos!- Dijo nuestro sapito.
Al mirar, todos palidecieron. Sabían que las estrellas sólo podían estar en el cielo y que esas no eran estrellas, ¡era algo más! Ahora, todos dirigieron la mirada hacia la ranita de color azul que, por su color, debía ser venenosa.
-Vamos ranita, ¡defiéndenos! Tu eres la única venenosa de nosotros- Dijeron todos los sapos en coro.
-Es que....es que... miren, eh... es que.... no puedo....¡no puedo!- Se lamentaba la ranita con lagrimas en los ojos. -Es que mi color sólo asusta, es sólo para mostrar... ¡nada más!- Dijo la ranita con pena.
-¡Eres una farsante!- Croaron los sapos en coro- ¡Farsante, farsante, farsante!-
-¡Alto!... ya basta... - grito el sapito que gustaba de ver el cielo.- Tenemos problemas más urgentes que atender.-
-Ve tú, sapito, ¡ve tú!- Gritaban todos los cobardes sapos que se escondían en el estanque y detrás de las hojas de loto.
El sapito que gustaba de las estrellas, al verse solo, suspiró resignado y, con temor, se aproximó saltando hacia esos ojos penetrantes que brillaban.
Al llegar cerca, el sapito vio a la tigrilla agazapada que se escampaba en las hojas grande de un árbol.
-¡Hola!- dijo el sapito- eh...por favor, no me comas... no soy muy grande y no creo que sea de tu gusto al paladar.-
- ¡Hola sapito! Yo te conozco...eres el que mira las estrellas todas las noches, ¿eh?- Dijo la tigrilla algo esperanzada.- Yo siempre te veo desde aquí. Siempre cruzo este estanque y este árbol cuando voy a cazar, pero hoy no pude atrapar algo porque llueve...¡y odio la lluvia!... Pero me gusta verte mirar las estrellas porque me haces levantar la cabeza... siempre me preguntaba que veías...- Dijo la tigrilla sacudiéndose ligeramente la lluvia.
- ¡Oh! No sabía que alguien me veía- dijo el sapito sorprendido- ¿Cómo te llamas tigrilla? Yo me llamo Lucho...-
- Yo me llamo Vicky... es un gusto conocerte y, por cierto, no te preocupes, no te voy a comer. No me gustan las ancas de rana y eres muy pequeño para comerte.
- ¡Qué alivio! Ufff... ¿y has mirado las estrellas? ¿qué ves en ellas?-
- A veces las veo muy brillantes, otras veces las veo pasar fugaces, otras veces imagino formas en ellas... ¡y me encanta contarlas!-
-¡Qué bien! Yo las miro y siempre me pregunto por qué alumbran- Dijo lucho muy animado.
- ¡Yo también me lo he preguntado!- Dijo la tigrilla sorprendida y animada.
¡Así fue que se hicieron amigos! Lucho y Vicky se les ve caminar en la selva, cerca al estanque, siempre preguntándose por el cielo, la selva, la lluvia y, como siempre, por las estrellas. Los otros sapos los ven temerosos, pero Lucho y Vicky saben que no importa lo que digan, lo que cuenta es su gran amistad y la gran simpatía del uno por el otro.
¡Fin!
JLC
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